domingo, 3 de enero de 2010

Guardianes de la solidaridad

Guardianes de la solidaridad

Unos se ponen en la piel de los inmigrantes, otros piensan en sus madres. Todos los voluntarios de Jaén tienen un motivo para no quedarse de brazos cruzados 

03.01.10 - 02:18 - 
Sentada frente a Lola y Francis, en un momento de las dos largas horas de espera en la estación de autobuses de Jaén -aguardan hasta que llegan los últimos del día, procedentes de Málaga, Barcelona y Madrid, en los que seguramente viaje algún inmigrante temporero despistado que no sepa donde pasar la noche-, les pregunto si saben que la mayoría de la gente los sábados por la noche salen de cañas, van al cine o simplemente están con la familia o los amigos. Ambos me miran con cara extraña.
Ninguno de los dos se ha planteado dejar de hacer lo que hacen cada sábado por la noche durante la temporada de aceituna desde hace muchos años. Sus nombres completos son Francis Cruz y Lola Contreras. El primero es miembro de la parroquia San Juan Bosco y la segunda es miembro de la HOAC. Ambos son cristianos practicantes y voluntarios de Cáritas Diocesana. Lo primero que me dicen cuando les explico el reportaje es que ellos no quieren protagonismo, que es mucha la gente solidaria que hay en Jaén y que no sale ante las cámaras. Al final acceden a ser algo parecido a los representantes de todas esas personas que cada noche trabajan buscando, informando y ayudando a la gente que duerme en la calle, que reparten platos de comida o ayudan en la organización de las duchas en el albergue de Santa Clara o que, desde hace seis meses, dan cenas a todas las personas sin recursos en la iglesia de Belén y San Roque. Unos pertenecen a Cáritas, otros a Cruz Roja, otros son miembros de alguna parroquia concreta y otros son simplemente grupos de amigos o familias que se organizan para ayudar a todos los inmigrantes que desde que comenzó la campaña de aceituna, llegan a Jaén sin conocer nada de esta tierra más que las noches son duras, frías y en muchas ocasiones no les queda otra que dormir en la calle.
«Por desgracia»
Francis reconoce que «por desgracia» la labor de los voluntarios es muy necesaria. Y dice por desgracia porque si no fueran necesarios los voluntarios significaría que no habría ninguna persona durmiendo en la calle, ni ningún inmigrante necesitado. Cuando ambos empezaron a recorrer Jaén aún no existía el albergue. «Reaccioné al ver la necesidad de tanta gente, veía que llegaban y que no recibían ningún tipo de orientación y lo único que hice fue ponerme en su lugar, imagínate que llegues al extranjero, que no conozcas nada y que nadie se te acerque a ayudarte», dice Francis al recordar como empezó su trabajo como voluntario. «Somos gente de iglesia y esa es una exigencia de nuestra fe, tender la mano a los más necesitados. La mayoría de los que vienen son gente muy joven, por eso pienso mucho en sus madres y me parece que lo menos que puedo hacer por ellos es darles un poco de mi tiempo», cuenta por su parte Lola.
A diferencia de los primeros días de la campaña de aceituna, cuando el flujo de inmigrantes es mayor, el grupo de voluntarios que sale ahora cada noche se ha reducido. Los días anteriores las cuadrillas eran de seis personas: tres se iban a Santa Clara a ayudar en las cenas, las duchas y el alojamiento de los temporeros que no habían encontrado plaza en el albergue y otros tres recorrían la ciudad buscando a gente que fuera a dormir en la calle para informarle de los recursos disponibles.
Este sábado sólo salen Lola y Francis porque Santa Clara ya ha cerrado. En el albergue hay plazas suficientes para atender la demanda. Precisamente allí comienza la ruta de este sábado para estos dos voluntarios. Son poco más de las 9.30 de la noche. Los voluntarios se paran en la cabina a la entrada del albergue, no les está permitido pasar más allá. ¿Cómo está la noche?, preguntan al responsable bajo la atenta mirada de dos policías locales que vigilan la entrada. Esta noche todo está tranquilo, hay 20 camas libres a pesar de que han cenado 218 personas, más que camas disponibles, pero, según dicen en las instalaciones, «muchos tienen casa en Jaén pero vienen a comer aquí». A lo largo de la noche nos encontraremos con que la explicación puede ser otra muy distinta.
Sabiendo que hay camas disponibles para ofrecérselas a los que puedan estar durmiendo en la calle, Lola y Francis emprenden de nuevo su ruta. Hoy la siguiente y última parada es la estación de autobuses. Saben, por la experiencia de días y semanas anteriores, que a última hora se concentran allí inmigrantes en busca de un techo hasta que cierre la estación y otros que llegan en los últimos autobuses de la noche y que, por la hora, no saben a donde dirigirse y al final acaban durmiendo en la calle.
20 días en la calle
Son las 22.15. Falta un cuarto de hora para que llegue el autobús procedente de Málaga y Francis se da cuenta de que un hombre, de apariencia árabe y con una maleta a cuestas lleva un rato junto a las puertas de la estación. Los dos voluntarios se acercan para conocer su historia. Se llama Abdul Jala y esta noche va a dormir en la calle. Lleva 20 días en Jaén y todos ha dormido en la calle porque prefiere un cajero al albergue. «Eso no es un albergue, es una granja de jabalíes», dice el marroquí, que explica que aquello está muy masificado y que son muchas las personas que no tienen higiene o que están enfermos y que van allí a dormir. También se queja de que las mantas y las sábanas tienen muchos años y que no están limpias.
Abdul Jala era hasta hace dos años 'paleta' en la obra. Como a otros tantos, la crisis lo dejó sin trabajo y lo mandó a vagar por las ciudades en busca de un jornal en el campo. En Jaén, primero estuvo en Torredelcampo, y según dice, aquel albergue sí reúne unas buenas condiciones. Pero a los tres días lo echaron, llegó a la capital y desde entonces duerme en la calle. Acompañado por su maleta y por una radio, Abdul Jala mantiene la compostura. Va pulcramente vestido y aseado, pero en sus ojos se ve la desesperación. «No es que haya crisis, es que hace falta más control porque hay mucha gente trabajando en dos sitios a la vez y además cobrando el paro». Es su propio análisis de la situación.
Lola confirma que la queja de Abdul Jala sobre el albergue municipal se repite entre muchos inmigrantes. «Se quejan mucho de la masificación, de que no hay agua caliente y de que la comida deja mucho que desear. Como mínimo deberíamos ofrecerles unas instalaciones dignas y que no tuvieran que estar todo el día en la calle, que se les diera un espacio donde pudieran pasar las horas y en el que tuvieran alguna actividad como aprender español». Lola es muy crítica con las administraciones y no le convence el argumento de que Jaén es la única provincia con una red de albergues para acoger a los temporeros. «Esa red se creó para dar solución al problema de los empresarios, no pensando en los inmigrantes».
Ambos reconocen que este año la situación está más tranquila que en el pasado, pero ni de lejos están de acuerdo con la versión de la Administración de que todo está controlado. «Quizás en la capital hemos visto menos, pero es que han estado más repartidos por la provincia que otros años, ahí está el caso de Úbeda».
Mientras charlamos, han llegado dos autobuses. De ninguno de ellos se ha bajado nadie que necesite de la ayuda de estos voluntarios. Sólo falta uno por llegar. En su conversación, Francis y Lola cuentan que son muy pocas las mujeres que vienen, pero algunas también llegan a Jaén casi siempre acompañando a sus maridos. «El caso que más me sorprendió fue el de una familia completa, con un niño de dos años, que vinieron el año pasado y durmieron en el albergue. Les dieron una de las habitaciones de las mujeres para ellos», recuerda Francis.
Lo ocurrido durante la temporada del pasado año sale varias veces en nuestra conversación. Ninguno de los dos olvida la cantidad de inmigrantes que llegaron y que se vieron en la calle con temperaturas extremas. Tampoco olvidan los gestos de solidaridad que se produjeron. «Se abrieron los bajos de la parroquia de San Juan Bosco y las familias del barrio se ofrecieron a meter en sus casas a personas extrañas, que no habían visto en su vida. Si no era para dormir, les ofrecían la ducha o un plato de comida. En Jaén hay mucha gente solidaria», coinciden ambos.
Con educación
Lola asegura que además la mayoría de los extranjeros que vienen para la aceituna, además de ser jóvenes son gente formada y muy educada. «Aquí pensamos que la gente que duerme en la calle es gente marginal, excluida de la sociedad y lo sorprendente es que estas personas no han dormido nunca en la calle hasta que llegan a nuestro país. En sus países pasan hambre pero nunca se han visto sin un techo bajo el que dormir».
Son cerca de las 11.00 cuando otro marroquí, Mohamed (nombre ficticio), entra en la estación de autobuses y se acerca directamente a nosotros. Él, como Abdul Jala, lleva varios días durmiendo en la calle porque no quiere ir al albergue. «Allí hay doscientos hombres roncando, prefiero roncar yo sólo en un cajero». Mohamed nos cuenta que lleva viniendo veinte años a la aceituna y que este año no ha conseguido ni un jornal. «Mi vida ha sido siempre trabajar en la aceituna y la fresa, volver a Marruecos para comer y dormir y regresar de nuevo a España para trabajar en la aceituna y la fresa. Este año no tengo trabajo y no se que hacer, le estoy dando demasiadas vueltas a la cabeza». Mohamed también está al tanto de la actualidad. «Yo no vengo a España ni por el Sahara ni por el Frente Polisario, yo vengo para comer».
Mientras nos cuenta su historia, nos pregunta como puede conseguir un billete de autobús para Almería, desde allí pretende coger el ferry hacia su país. Ya no aguanta más durmiendo en la calle. «Este año son muchos los que, a pesar de la vergüenza que supone para ellos, se vuelven resignados a su país», explica Lola.
Son ya las 11.30 de la noche. El último autobús del día ha llegado sin inmigrantes. La jornada de Francis y Lola ha terminado, mañana serán otros voluntarios los que se encarguen de ayudar, en la medida de sus posibilidades, a quienes más lo necesitan.